lunes, 3 de mayo de 2010

EL Cuento del Rey Parte II: El Amor de Rosario...

Un día al reino llego una embarcación, parecía que venía del continente del oeste, pero en realidad era del norte, pues las culturas del norte y del oeste se habían entremezclado. La embarcación llegó al puerto e inmediatamente solicito audiencia con su eminencia. Fue una audiencia algo extraña, porque no solo pidieron estar con el rey, sino también con el sumo sacerdote de la orden y con el noble más adinerado de todos ellos. Mientras que la embarcación era representada por el capitán Alía, el Guerrero Tiragúz y la condesa y gran dama Rosario Llarecipho.

Hablaron durante un prolongado periodo de tiempo acerca de las culturas, la conquista del sur, la guerra y la inhospitalidad de las tierras del este. Solo bastaban unas palabras del Rey para que sus Súbditos estuvieran de acuerdo, porque el rey solía estar en lo correcto, y si no lo estaba el mismo se daba cuenta y se disculpaba por su error y su ofensa. Eso enamoró perdidamente a la condesa y gran dama del rey, quien prefirió establecerse en el reino a regresar a su patria, abandonando así el titulo de condesa y gran dama, en el nombre de la enorme y descontrolada pasión que ella había encontrado en él la imagen del Rey (quizás no por su apariencia, pues el rey no era un hombre demasiado hermoso, y en su forma física no contaba con ninguna característica que lo hiciera destacar de entre los hombres como él).

Años vivió Rosario en el reino, visitado al rey, y esperando que él le viera a ella como una mujer digna, que había renunciado a todo para estar con él, pero el rey ocupaba su mente en la esgrima, en la natación, en la música, en la ciencia, en la arquitectura, en los estudios de la filosofía y la vida, en el bienestar del reino, en las batallas luchadas, en la alegría de sus súbditos. Abandonando a Rosario, olvidándola desde el mismo momento en el que ella había decidido dejar de visitarle, ella quedó destrozada atrozmente, era incapaz de reconocerse a sí misma, incapaz de vivir e incluso de respirar si no estaba con el rey.

Un día un soldado desconocido le contó al panadero, quien le conto al tabernero, quien le conto a la mesera quien le conto a la señora de la esquina, que una noche de guardia la dama Rosario llegó al palacio a deshora y accedió a la cámara del rey y, según los rumores, este le asesino con una daga de plata real que no era del palacio y cuya artesanía no parecía del reino. Pronto todo el reino se entero de la desafortunada muerte de la doncella que fue luego nombrada condesa y gran dama del reino. Y los rumores corrieron y el reino pensó que quizás la dama intento asesinar al rey, y que quizás el reino del que ella venia la había dejado por esa razón, y que quizás el rey en una de sus impresionantes hazañas logro evadir y voltear el ataque en contra de su opresora, pero para ser sincero, la verdad era otra…

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